martes, 18 de julio de 2017

ABCdario


Por Víctor Octavio García

¡Qué tiempos aquellos!
* El tío Julio

En memoria de mi tío Julio Castro y su esposa, Teresa Miranda.


Julio Castro, hermano de mi mamá (el mayor), nacido en 1900; era un hombre alto, de compresión delgada y correosa, moreno y parco en el hablar; sus grandes gustos era el trabajo, tomar café y fumar (fumaba argentinos sin filtro); casado con Teresa Miranda, excelente cocinera --de un sazón inigualable--; mujer sin secretos, agradable, de trabajo y eso sí, de muchas palabras.
Vivían en Caduaño, en una zona conocida como el “Palo Evan”, cerca del arroyo; él se dedicaba a cortar madera (horcones), leña y vara (palo de arco) y eventualmente atender y trabajar en las huertas --él nunca tuvo huertas--; juntar grava, cortar leña de pitahaya seca para atizar los hornos del trapiche y a lo que saliera; era un hombre de trabajo; en los años treinta, cuando el Gral. Juan Domínguez Cota construyó las represas de Boca de la Sierra y el “Chorro”, en Agua Caliente, hizo muy buenas migas con el General, él mismo me platicó que se llevaba de “mentadas de madre” con el General Juan Domínguez Cota; al General le caía en gracia que Julio, un joven espigado en ese  entonces, de pocas palabras y huraño, fuera el único que le mentaba la madre siendo gobernador; cada vez que el General visitaba las obras, siempre lo buscaba para girarle alguna orden descabellada como pedirle que le llevará un baso de agua con hielo en aquella despoblada y árida tierra donde ni siquiera conocían el hielo o le “juera” a cortar pitahayas cuando no era tiempo de pitahayas, etc., a lo que siempre le respondía haciendo gestos y muecas; “chingatumadre”, provocando sonoras carcajadas en el gobernador.
Durante el gobierno del General Agustín Olachea, cuando comenzaron abrirse las tierras para la agricultura en el valle de Santo Domingo, Julio y su familia se fueron a trabajar en los desmontes, Julio era muy bueno para el hacha y Teresa para cocinar; en cuanto llegaron y montaron el “campamento”, Teresa rápido agarró “abonados” --trabajadores-provenientes del sur (Los Cabos), a quienes le daban dos comidas diarias; Julio hacía su “guardadito” durante el tiempo que duraban los desmontes y Teresa hacía lo propio con sus “abonados”; ambos aprovechaban los tiempos de “vacas gordas” para cuando llegaran los tiempos de “vacas flacas”.
En ese tiempo no había más, y había que entrarle a lo que fuera; aquí en La Paz, la Casa Ruffo era la mayor empleadora de trabajadores y la Compañía El Boleo en Santa Rosalía, prácticamente predominaba una economía de autoconsumo; escaseaba todo, no había circulante ni trabajo remunerado; las comunicaciones deficientes y pésimos caminos (brechas), así que ir al valle de Santo Domingo a los desmontes primero, y después a la pizca del algodón, fue por mucho tiempo la única alternativa para la gente jodida.
Un día le hablaron a Teresa del sur, que se “juera” con urgencia; apenas tuvo tiempo de avisar a sus “abonados” que vendría pal sur, que en diez días regresaría, así que intempestivamente cerró la cocina ante la ausencia de cocinera; Teresa pronto consiguió un “raite” pa’ La Paz con dos de sus hijos más chicos y ¡fierros! pal sur, en una vieja “Willy” de doble tracción, mientras Julio y tres de sus hijos más grandes la esperarían en el “campamento” en el valle de Santo Domino hasta su regreso; pasaron diez días y de Teresa nada, dos semanas y nada, lo que comenzó a preocupar a Julio ante el triste escenario de la alacena vacía; pasada las tres semanas ya se resentía la escasez de bastimento en el “campamento”, Julio llevaba tres días sin probar “bocado” (comida) y lo único que había en el fogón de la hornilla era una jarra de peltre desportillada con asientos de café hervidos que Julio cuidaba celosamente porque era lo único que le quedaba, y de vez en cuando se echa un trago de café recalentado para aminorar el hambre y amainar los “gruñidos” de tripas.
Por las tardes siempre tenía visitas en el “campamento”; paisanos que iban al café y a platicar; un día se corrió la voz entre los pizcadores de algodón de la estrechez en la que se encontraba, que tenía “varios” días sin probar “bocado”; Julio era muy tímido, reservado, introvertido, que le daba vergüenza todo y por todo, él se las arreglaba solo, ¡ah!, pero como nunca falta un cabrón “carrilludo”, no faltó que se apersonara un paisano de Caduaño que llegó de visita al “campamento”; entró directo a la cocina donde se encontraba recalentando los asientos de café, tenían tres días de haberlos “hervido” que de vez en cuando se echaba un trago para apaciguar el hambre; con mucha parsimonia agarraba la jarra con los asientos de café, y al tiempo de servirlo se batía y otra vez ponerlo cerca de las brasas hasta que se asentarán; era una especie de ritual que Julio venía haciendo desde hacía tres días, desde que se le acabó el café. Como su paisano ya sabía las penurias que enfrentaba, sentado “enclucillas” sobre las hornillas le platicó dándole lujos de detalle lo que había desayunado; un plato con chorizos en tripa del sur, frijoles refritos, tortillas de harina recién salidas del comal, queso de apoyo, mantequilla y dos tasas de café recién colado y al botepronto le preguntó, y tú Julio, qué desayunaste; Julio pegó un pujido haciendo muecas y le contestó, mira “jijodelachingada”, me acabo de comer un plato así de grande…pero de mierda, y se lo dibujó en el aire para que no le quedara duda del tamaño del plato de lo que había sido su opíparo desayuno.
El tío Julio murió en 2006, a la edad de 106 años, sin ningún padecimiento grave excepto la vejez y la vista que perdió poco antes de morir; historias como la de él, se cuentan por cientos o quizás por miles a lo largo y ancho de BCS; de gente trabajadora, dedicada y comprometida que con sus esfuerzo, tesón y dedicación, forjaron este noble estado; de él conservó varias anécdotas, algunas contadas y otras atestiguadas por un servidor, que dibujan con perfecta nitidez el temple y la catadura del sudcaliforniano puro y si mezclas, que desde tiempos misionales lograron imponerse al árido desierto sacándole frutos a esta inhóspita, indomable y desértica tierra, y que hoy un que otro malagradecido reniegan y ofenden.
Hace un par de semanas, un indeseable canadiense --después me enteré que es un genuino bandido de “siete suelas”-- que responde al nombre Jacques Edouard Bealune, seguido publicaba en el “feis” ofensas contra los paceños tildándolos de flojos. Le corrí la serie y resultó ser un pillo de la peor ralea; un tipo traumado, lleno de rencores que trae la cola enlodada en varios casos truculentos; casos con el del indeseable canadiense desgraciadamente existen muchos, de gente malagradecida que después de encontrar cobijo aquí, hospitalidad, oportunidades y la tranquilidad que no tienen en su tierra, reniegan y defenestran contra los sudcalifornianos. ¿Chúpense esa?.

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