Frente a la pandemia, México debe subirse al cambio de las
reglas económicas globales y diseñar su plan de rescate. Y tiene a quien, de
sobra, preguntarle en confianza.
Foto: Fernando Luna Arce
El impacto económico y financiero de la crisis del Covid-19
ha sido devastador. Las pérdidas y afectaciones generalizadas han superado por
mucho a lo que originalmente se anticipó, no sólo en los mercados financieros
sino en la economía real. Algunas estimaciones hablan de que la economía
mundial retrocedería alrededor de un 5% y tomaría tres años regresar a donde
estábamos antes de a la crisis.
Aunque la crisis epidemiológica del Covid-19 fue concebida
originalmente como un fenómeno que ocurría en China asociado a condiciones y
características idiosincráticas del país asiático, lo cierto es que su
acelerada y paulatina propagación, primero por Italia, y luego al resto del
mundo hasta alcanzar la condición de pandemia, ha afectado a la salud y a la
economía global.
Una de las grandes lecciones que está dejando el Covid-19 es
que ya no es posible hacerles frente globalmente a ciertos tipos de eventos, en
este caso epidemiológicos y económicos, con medidas locales que toma cada país
de acuerdo con su criterio, capacidad y circunstancias. Lo que pasa en una
parte del mundo y la forma en que se atiende tiene un impacto a nivel
sistémico, por lo que las respuestas no pueden ser espontáneas ni limitadas a
lo que un país hace. Como lo hemos experimentado, el riesgo que se corre es muy
grande y los resultados son devastadores tanto para la salud como para la
economía.
Ya había habido antecedentes sobre la necesidad de
instrumentar acciones globales para resolver problemas de origen local, aunque
nunca había sido tan claro como lo es ahora que se afecta simultáneamente tanto
a la salud como a la economía global. Aunque atribuidas en principio a casos
típicos de mala gestión económica en países emergentes, tuvimos varias crisis
que tuvieron resonancia internacional. La primera sería la crisis del peso
mexicano en 1994, considerada la primera crisis financiera del siglo XXI.
Después vendrían las crisis de los tigres asiáticos en 1997, el default ruso en
1998, para después seguir los efectos “tango” y “samba”, entre muchos otros. La
cereza del pastel sería en 2008 la crisis de las hipotecas sub prime en los
Estados Unidos -de un fallo regulatorio local de origen- que causó un impacto
global de grandes proporciones y dejó de manifiesto la fragilidad del sistema
financiero internacional.
Hoy en día vivimos una pandemia que empezó como
epidemiológica y se convirtió en económica, un ecovirus. Esto requiere tomar
acciones a nivel global para reactivar a la economía mundial. México debe
insertarse en la creación de las nuevas reglas del juego y diseñar un paquete
de rescate nacional viendo también lo que hacen otros. Existe hoy una oportunidad
inmensa de allegarnos de los mejores recursos: Agustín Carstens en el Banco
Internacional de Pagos y José Ángel Gurría en la OCDE. Apenas hace unos días
Carstens escribió en el Financial Times que era necesario que los bancos
centrales dotaran de liquidez a la banca para que esta a su vez prestara -con
reglas apropiadas- a las PYMES para reactivar la actividad económica.
Por su parte, Gurría ha hablado de crear un nuevo Plan
Marshall para reconstruir la economía del mundo. Ambos son mexicanos, tienen
posiciones de liderazgo y reconocimiento en la economía mundial, han sido
secretarios de hacienda y seguro se puede hablar con ellos en corto y en
confianza. ¿No valdría la pena acercárseles para hablar de que podría hacer
México en esta emergencia global? En una de esas tienen alguna idea.